El murciélago

(Leyenda juchiteca)



Las mariposas que hoy vemos, ingrávidas, que se pueden posar en las flores, en la superficie de las aguas y hasta en las trémulas ramas del aire, no son otra cosa que una fracasada imagen de lo que el murciélago fue en otro tiempo: el ave más bella de la creación. Pero no siempre fue así. Cuando la luz y la sombra hecharon a andar, era como ahora la conocemos y se llama biguidibela: biguidi, mariposa; y bela, carne: mariposa de carne, es decir, desnuda.

La más fea y desventurada de todas las criaturas era entonces el murciélago. Y un día acosado por el frío, subió al cielo y le dijo a Dios:

-Me muero de frío. Necesito plumas.
Y como Dios, aunque no cesa de trabajar, no vuelve las manos a tareas ya cumplidas, no tenía ni una pluma. Así fue que le dijo que volviera a la tierra y suplicara en su nombre una pluma a todas las aves; porque Dios da más de lo que se le pide. Y el murciélago vuelto a la tierra, recurrió a aquellos pájaros de más vistoso plumaje.
La pluma verde de los loros, la azul de la paloma azul, la blanca de la paloma blanca, la tornasol de la chuparrosa, su más próxima imagen actual: todas las tuvo el murciélago; y orgulloso volaba por las cimas de la montaña, y las otras aves, refrenando su vuelo, se detenían para admirarlo.
Y había una emoción nueva, plástica sobre la tierra.
A la caída de la tarde, volando con el viento del Poniente, coloraba el horizonte; y una vez viniendo de más allá de las nubes, creó el arcoíris, como un eco de su vuelo; sentado en las ramas de los árboles, abría alternativamente sus alas, sacudiéndolas en un temblor que alegraba el aire.

Todas las aves comenzaron a sentir envidia de él; y el odio se volvió unánime, como un día lo fue la admiración.

Otro día subió al cielo parvada de pájaros, el colibrí adelante. Dios escucho su queja. El murciélago se burlaba de ellos; además con una pluma menos, padecían de frío; y ellos mismos trajeron el mensaje celestial en que se llamaba al murciélago. Cuando estuvo en la casa de allá arriba, Dios le hizo repetir los ademanes que de aquel modo habían ofendido a sus compañeros; y agitando las alas, se quedó otra vez desnudo. Se dice que todo un día llovieron plumas del cielo. Y desde entonces solo vuela en los atardeceres en rápidos giros, cazando plumas imaginarias, y no se detiene, para que nadie advierta su fealdad.

Andres Henesterosa



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